Las acciones que se consideran extrañas, psicóticas o, incluso bárbaras en una cultura, pueden ser perfectamente aceptables en otra.
Ciertos hombres de Malasia actúan basados en el terror que tienen de que sus genitales se retraigan hacia el interior del cuerpo. Incluso consideran que esa condición, llamada koro, puede ser mortal. Para impedirlo se aplican pesos en el pene y toman otras medidad extremas. Este miedo, al igual que su incómodo antídoto, no es raro y es bien aceptado en esta cultura de larga tradición. Sin embargo, en cualquier país occidental, un hombre adulto que actuara con base en tal creencia, con toda certeza, sería considerado como víctima de un trastorno emocional.
Esta contradictoria evaluación, así como muchas otras que surgen entre culturas distantes, ponen en relieve y de manera dramática un hecho con enorme influencia psicológica que rara vez se discute: las normas y valores de cada cultura determinan qué conductas son aceptables desde el punto de vista social. Al establecer estas normas, cada sociedad determina las estructuras mentales y las acciones que pudieran constituir un desorden piscológico. Y no todas las sociedades están necesariamente de acuerdo entre sí.
Los etnólogos han descrito una amplia variedad de síndromes que dependen de la cultura, muchos de los cuales pueden clasificarse como desórdenes de angustia o de tipo compulsivo. Si bien el koro puede parecer psicótico para los occidentales, es muy probable que los malayos consideren muy extraño el culto a la esbeltez que existe en Estados Unidos, que resulta ser un desorden de personalidad que olbiga a las mujeres a privarse a sí mismas del alimento.
A su vez, ¿qué es "lo socialmente aceptable"? En algunas tribus nativas de Centro y Sudamérica, los adolescentes se practican cortes en los brazos y muñecas con hojas afiladas: un antiguo rito de iniciación que deja cicatrices que los señalan como miembros de la comunidad adulta. Aunque es perfectamente normal en el Amazonas, en los Estados Unidos estos "cortes" se consideran como un patrón de inestabilidad emocional en las relaciones, en la autoimagen y en el estado de ánimo, marcado por la impulsividad. De la misma manera, algunos aspectos peculiares a nivel social y menos exóticos pueden complicar la evaluación de los desórdenes de personalidad. Si se separan del contexto cultural, el trabajo del hombre de negocios japonés y los gritos histéricos de los fanáticos a la música pop en un concierto en vivo en Inglaterra podrían ser considerados com signos de problemas.
La gran cantidad de diferencias entre culturas exhibe con claridad que los profesionales de la salud mental hacen mal en aplicar sus propias clasificaciones de desórdenes de personalidad a personas que pertenecen a otras culturas. Por ejemplo, los médicos chinos han desarrollado su propio sistema de clasificación, que no incluye desórdenes como los de evasión o dependencia. ¿Sería posible entonces considerar rasgos de personalidad como éstos como normales sólo porque predominan en una sociedad? Es muy posible que sí. Las normas definen los tipos de conducta que son aceptables en las personas, de modo que, si cierto rasgo es común en una sociedad, entonces es probable que no haya nada "malo" en él, sin importar la forma en que se perciba en el resto del mundo.
De acuerdo con varios estudios en donde se compara una cultura con la otra, los desórdenes de personalidad ocurren con mayor frecuencia en los países industrializados que en los menos desarrollados, donde tienden a predominar los lazos sociales mas estrechos. En las comunidades de familias grandes o pueblos pequeños, los papeles están definidos con claridad y " los supuestos desórdenes" evolucionan lentamente, si es que se presentan. Una persona impulsiva e inestable desde el punto de vista emocional, es decir, más propensa a desórdenes limítrofes, exhibe síntomas clínicos con menor frecuencia en las culturas co lazos sociales mas estrechos.
En la medida que la globalización se extienda cada vez más y con paso firme, el diagnóstico adecuado de los pacientes de otras culturas se convertirá en un asunto cada vez mas apremiante. Por lo tanto, los psicólogos y los psiquiatras tendrán que volverse más cosmopolitas en su educación; deberán poseer por lo menos unconocimiento rudimentario de la cultura y el lenguaje de un paciente o bien llamar a un intérprete a sus consultas. Por ejemplo es mas probable que una mujer turca recién llegada a los Estados Unidos que sufre depresión se queje de dolor en varias partes del cuerpo, a que exprese sensaciones de tristeza. Esta tendencia hacia la llamada somatización es común en la cultura turca, aunque podría derivar en un diagnóstico falso en Boston o Río de Janeiro.
El entendimiento de las diferencias que existen entre una cultura y otra es importante no sólo para el diagnóstico de los desórdenes mentales, sino también para su tratamiento. La psicoterapia de orientación occidental se basa en la idea de que los pacientes puedan evolucionar por sí solos y que se sientan libres de determinar su propia conducta. Estos enfoques no son útiles para las personas que provienen de sociedades tradicionales, con frecuencia altamente religiosas, en donde el bienestar mental radica más bien en satisfacer las expectativas de la familia y de la comunidad. El objetivo de la terapia para esas personas deberá ser el de ajustarse a satisfacer ls demandas de su cultura.
Sigue sin respuesta la cuestión de si existe un común denominador de los desórdenes de personalidad a nivel multicultural, hasta que no se resuelva, cualquier diagnóstico deberá estar, en gran parte, abierto a la interpretación cultural.
Algarabía 21